De Puerto Español a Moat, un viaje de 100 kilómetros por una tierra declarada recientemente Área Natural Protegida. Paso a paso por turbales, bosques de guindos y playas larguísimas. Un trekking con historias de naufragios, viento, faros, cuevas, ranchos de pioneros, vestigios de buscadores de oro y acantilados con vistas espectaculares del Atlántico Sur.
A Península Mitre la define la lejanía. ¿Qué es lejos?, me pregunto mientras camino. En años de periodista de viajes estuve en la cordillera de los Andes, en el Impenetrable, en el desierto de Atacama, en Nepal, en Indonesia. Lugares alejados. Península Mitre es otra cosa, adolece de una lejanía distinta. Un lejos desmedido. Lejos de algas verdes gigantes, macroalgas, que se suben a las rocas y parecen la cabellera de una bruja zombi. Un lejos de caminar días y días sin cruzarse con otros humanos, de no tener señal de celular durante el tiempo que dure la expedición. Lejos de sentarse en un tronco frente al mar, y ver ballenas jorobadas y huillines –en peligro de extinción– y lobitos ahí nomás.
Un lejos bestial, de bestias. ¿De qué otra manera se podría llamar ese toro macizo, colorado, cornudo que veremos cerca del cabo San Gonzalo? El ganado bagual es rezago del intento de domesticar esta península con estancias, de llevar población adonde manda el clima extremo. Los puestos se desmoronaron y miles de animales abagualados vagan por los cerros y a veces se despeñan por las hondonadas. Un lejos hostil y al mismo tiempo encantador. Una belleza difícil de encontrar. Como si fuera una flor rara que crece en una grieta imposible y algunos caminaran desde lejos para verla. Península Mitre resiste la lejanía del contorno del mapa. Si seguimos nos caemos.
Al final del final del mapa, donde la naturaleza domina al ser humano y el viento es un número fijo, ahí es Península Mitre. Sureste de Tierra del Fuego, frente a la Isla de los Estados. Si fuera una península de diccionario tendría que precederla un istmo o estrechamiento que la conecte al continente, pero no lo hay. La declaró península el ingeniero rumano Julius Popper, un buscador de oro que llegó a acuñar monedas de cinco gramos y tuvo un ejército de mercenarios que cuidaban el botín. Popper la bautizó en 1887 en homenaje a Bartolomé Mitre, que había sido presidente años antes, entre 1862 y 1868.
A Mitre también la definen dos ríos: el Irigoyen en el norte y el López en el sur. Nosotros caminaremos de Puerto Español a Moat, alrededor de 100 kilómetros por el sur, la costa más escarpada. En unos días cruzaremos el López. Si no está crecido, el agua nos llegará a las rodillas. Rancho Julián, donde dormiremos un par de noches, se llama así por Julián Lisarraga, un paisano que se ahogó cruzando el López en 2003. Se lo llevó la corriente.
–Cuando crucemos el López voy a estar tranquilo –dirá Federico.
Con los días, “cuando crucemos el López” se transformará en una alarma que asusta y, a la vez, augura la calma. Nos preparamos para ese límite como para un examen escabroso.
–Cuando crucemos el López vas a poder sacar todas las fotos que quieras, ahora apurate porque se viene la lluvia.
La planificación del viaje arrancó varios meses antes. Me conecté a una reunión virtual donde se explicaron cosas prácticas.
Los promotores del viaje son tres: Federico Gargiulo, Marine Israel y Sebastián Beltrame (los últimos dos, en la foto). Federico es autor del libro Los caballeros de Mitre, fue 15 veces a la península y le dio tres vueltas completas.
–¿Qué te atrae tanto para volver y volver? –le preguntaré en un descanso en La Mesita, el último campamento, frente a una bahía sin nombre.
–Me gustó la soledad que no vine a buscar y encontré, las costas dramáticas, la historia, lo desconocido.
Federico se conecta a la reunión desde la Antártida porque en verano trabaja como guía de expedición y dando charlas históricas en cruceros turísticos. Marine Israel es francesa, de los alrededores de París. Vino a la Argentina en busca de Patagonia y las casas de Ushuaia la inspiraron para dibujarlas. Publicó un libro ilustrado y se quedó a vivir. Sebastián Beltrame nació en Ushuaia; el patio de la casa es el glaciar Martial. Es guía de montaña y ama escalar y esquiar fuera de pista. Vive con Marine, con quien tiene una hija.
Un participante recomienda unas medias a prueba de agua. Ricardo Delupi, el geólogo de Villa Devoto, el rebelde que cuando estemos ahí caminará sin bastón y con zapatillas.
Otro participante: Charles Newbery, sobrino nieto de Jorge Newbery. El año pasado comenzó este viaje, pero su mujer se torció un tobillo al final del primer día y desertaron. Siguieron sus hijos adolescentes. Uno de ellos, Jasper, de 17 años, también es parte del equipo. Repite, de tanto que le gustó. Eso seremos, un equipo con un objetivo: Moat. Ahí hay un destacamento de Prefectura y llega a la ruta provincial J, que después de 90 kilómetros nos devolverá a Ushuaia.
Por Carolina Reymúndez
Este artículo fue publicado por diario La Nación de Argentina
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